martes, 26 de octubre de 2010

Hacer cosas


No se hacer muchas cosas si lo comparo con las que se hacían en mi infancia, pero he aprendido a disfrutar viendo como se hacen las cosas; no la manivela que en último término las produce, sino la mano que las hace. Si mi padre hubiera sido un vulgar millonario propietario de mil fábricas de algodón o de un millón de máquinas que fabricaran cacao, cuánto más pequeño me habría parecido. Y esta experiencia me ha hecho profundamente escéptico sobre todo ese parloteo moderno del necesario aburrimiento doméstico y de la degradante monotonía de hacer sólo tortas y tartas. ¡Sólo hacer cosas! Es lo máximo que se puede decir del mismísimo Dios: Aquel que hace cosas

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