viernes, 1 de junio de 2012

Tres enemigos de la familia

"Nunca se dirá lo suficiente que lo que ha destruido la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo. Sin duda podría haberlo hecho el comunismo, si hubiera tenido la oportunidad fuera de esa tierra salvaje y semimongólica en la que florece actualmente. Pero, en cuanto a lo que nos concierne, lo que ha destruido hogares, alentado divorcios, y tratado las viejas virtudes domésticas, cada vez con más desprecio, ha sido la época y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha provocado una lucha moral y una competencia comercial entre los sexos; el que ha destruido la influencia de los padres a favor de la del empresario; el que ha sacado a los hombres de sus casas a la busca de trabajo; el que lo ha forzado a vivir cerca de sus fábricas o de sus empresas en lugar de hacerlo de cerca de sus familias y, sobre todo, el que ha alentado por razones comerciales un desfile de publicidad y chillonas novedades que es por naturaleza la muerte de todo lo que nuestras madres y nuestros padres llamaron dignidad y modestia. No es el bolchevique, sino el jefe, el publicitario, el vendedor o el agente comercial quien ha derribado y pisoteado, como una salvaje invasión de bárbaros, la antigua estatua romana de Verecundia".

sábado, 30 de julio de 2011

"Lo que está mal en el mundo". Extractos de la conclusión


"He dicho que los puntos fuertes de la propiedad inglesa moderna deben irse rompiendo rápida o lentamente, si es que la idea de propiedad debe seguir existiendo entre los ingleses. Esto se puede hacer de dos maneras: una administración fría llevada a cabo por funcionarios independientes, lo que se llama "colectivismo", o una distribución personal, que tenga como resultado lo que se llama "propiedad del campesinado". Creo que la última solución es la mejor y la más humana, porque hace de cada hombre un pequeño dios, como alguien dijo que alguien había dicho del papa. Un hombre en su propio terreno saborea la eternidad o, en otras palabras, trabaja en él diez minutos más de lo estrictamente necesario... El conjunto de este libro ha consistido en una exposición divagante y elaborada de un hecho puramente ético. Y si por azar ocurre que haya todavía quien no acaba de entender la cuestión, terminaré con una sencilla parábola, que además viene al caso por ser un hecho.
Hace tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a dictar normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden que decía que había que cortar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas costumbres antihigiénicas son habituales entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que los médicos se metan con ellas. Ahora bien, la cuestión que provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se encuentran tan presionados desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les debe permitir tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia, los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. Y, sin embargo, eso se podría hacer. Como suele ocurrir en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. A cualquier cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta evidente que cualquier coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es posible, a la hija de un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no aplican de hecho su norma a las hijas de los ministros del gabinete. No lo preguntaré porque lo sé. No lo hacen porque no se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué argumento plausible utilizarán, para cortar el pelo de los niños pobres y no el de los ricos? Su argumento consistirá en decir que la plaga aparecerá más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque los niños pobre se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas clases trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de instrucción pública sumamente ineficaz, y porque en uno de cada cuarenta niños puede encontrarse el mal. ¿Y por qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo de las grandes rentas de los grandes terratenientes que es frecuente que su mujer también tenga que trabajar. Por tanto, no tiene tiempo para cuidar a los niños, y, por tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el obrero tiene a esas dos personas por encima de él, el terrateniente sentado (literalmente) sobre su barriga, y el maestro de escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero tiene que dejar que el pelo de su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza y, segundo, sea abolido en nombre de la higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo de su niña. Pero él no cuenta.
Sobre este sencillo principio (o, más bien, precedente), el médico sociólogo sigue adelante con alegría. Cuando una tiranía libertina pisotea a los hombres en el polvo hasta que se les ensucia el pelo, el camino de la ciencia queda expedito. Sería largo y laborioso cortar la cabeza de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos...
La plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse... Las grandes tijeras de la ciencia que cortarían los rizos de los pobres niñitos de las escuelas se acercan, cada vez más amenazantes, para cortar todas las esquinas y los flecos de las artes y los honores de los pobres. Pronto estarán retorciendo pescuezos para que se adapten a los cuellos limpios, y destrozando pies para que encajen en nuevas botas. No parecen darse cuenta de que el cuerpo es algo más que vestimenta; de que el sábado se hizo para el hombre; de que todas las instituciones serán juzgadas y condenadas por no haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza. La prueba de la cordura artística consiste en conservar el pelo.
Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas ellas, es esta: afirmar que debemos empezar todo de nuevo y enseguida, y empezar por el otro extremo. Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que es una buena cosa en cualquier caso. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que son las piedras de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes, y las ciencias están en contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio; porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una redistribución de la propiedad, debe haber una revolución.
La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirla a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza".

jueves, 19 de mayo de 2011

La falsa tolerancia

“La dificultad radical del Parlamento de las Religiones fue que se ofreció como un ámbito donde los credos pudieran ponerse de acuerdo. El verdadero interés hubiera sido el de un lugar donde pudieran no estar de acuerdo. Los credos deben estar en desacuerdo, esto es lo divertido de esta cuestión. Si yo pienso que el universo es triangular y usted piensa que es cuadrangular, no va a haber lugar para dos universos. Podemos discutir con educación. Podemos discutir con humanidad. Podemos discutir con gran beneficio mutuo. Pero, obviamente, debemos discutir. La tolerancia moderna es realmente una tiranía. Es una tiranía porque es un silencio. Decir que no debo negar la fe de mi oponente es decir que no debo discutirla. Puedo no decir que el budismo es falso, cuando eso es todo lo que necesito decir sobre el budismo. Es lo único interesante que cualquiera puede querer decir sobre el budismo; o sea, que es falso o que es verdadero. Pero en esas asambleas modernas, que se supone son tolerantes y científicas, se ha difundido un acuerdo general y tácito de que no debe haber ninguna aserción o negación violenta de una fe. Esto no es sólo hipocresía sino falta de practicidad, porque no se va al grano. En una palabra, la torpeza de un congreso de credos es que si se encuentran dos credos absolutos, probablemente van a enfrentarse, y si no se enfrentan, no tiene mucho valor que se hayan encontrado”.


Tomado de: G. K. Chesterton, “La historia de las religiones”, 10 de octubre de 1908. En “Cien años después”, Ed. Vórtice, 2008.

martes, 10 de mayo de 2011

La teología de los regalos de Navidad


Recientemente vi una afirmación de Mrs. Eddy sobre este asunto, en la que ella decía que no hacía regalos en un sentido vulgar, sensual, terreno, sino que pensaba en silencio en la Verdad y la Pureza hasta que todos sus amigos estuvieran mucho mejor por ello.
Ahora bien, no digo que este plan sea supersticioso o imposible y no dudo de que tenga su encanto económico. Digo que es no-cristiano en el mismo sólido y prosaico sentido en que tocar una melodía al revés es no-musical o que cierta expresión es agramatical. No sé que haya un texto de la Escritura o Concilio de la Iglesia que condene la teoría del regalo navideño de Mrs.Eddy; pero el cristianisno la condena, como la ética del soldado condena la huída.
Las dos actitudes son antagónicas no sólo en su pensamiento, sino en el estado del alma antes incluso de comenzar a pensar. La idea de corporizar el afecto, esto es, de ponerlo en un cuerpo, es la enorme y primigenia idea de la Encarnación. Un don de Dios que puede ser visto y tocado es tema del credo. Cristo mismo fue un regalo de Navidad. La nota de los regalos materiales de Navidad resuena incluso antes de que Él naciera en los primeros movimientos de los magos y la estrella. Los Tres Reyes llegaron a Belén trayendo oro, franco incienso y mirra. Si hubieran traído sólo Verdad y Pureza y Amor, no habría habido arte cristiano ni civilización cristiana

jueves, 5 de mayo de 2011

Chesterton y el alpinismo


Tengo mis dudas acerca del valor de tanta afición al alpinismo, de tanto propósito de alcanzar la cumbre de todo y mirarlo todo desde las alturas. Satán fue el más célebre de los guías alpinos al llevar a Jesús hasta lo alto de una enorme montaña para mostrarle todos los reinos de la tierra. Pero el goce de satán en las cumbres no es el goce de la grandeza, sino el goce de contemplar la pequeñez, el hecho de que todos los hombres a sus pies le parezcan insectos. Es desde el valle desde donde las cosas parecen verdaderamente altas. Yo soy un hijo del llano que no tiene necesidad de ese guía alplino. Levantaré la vista para contemplar la montaña, de donde viene mi ayuda, pero no subiré allí mis huesos a menos que sea estrictamente necesario. Todo es cuestión de actitud mental, y en este momento me hallo bastante cómodo en la mía. Me sentaré aquí y dejaré que las maravillas y aventuras vengan a posarse sobre mí como si fueran moscas. Son numerosas, te lo aseguro. Porque en el mundo nunca escasearán los milagros; sólo el asombro.

viernes, 29 de octubre de 2010

El niño y la realidad


Me siento inclinado a negar ese culto moderno al niño que juega. Debido a distintas influencias de una nueva cultura bastante romántica, el "niño" se ha convertido en el "niño mimado". La verdadera belleza se ha estropeado por la poca escrupulosa emoción de los adultos, que han perdido gran parte de su sentido de la realidad. La peor herejía de esta escuela es que al niño sólo le interesa la simulación. Esto se interpreta en el sentido, a la vez sentimental y escéptico, de que no hay demasiada diferencia entre simular y creer. Pero el auténtico niño no confunde realidad y ficción. Actúa porque aún no puede escribir esa ficción, ni siquiera leerla, pero jamás permite que su salud mental quede empañada por eso. Para él seguramente no hay nada más diferenciado que jugar a ladrones y robar caramelos. Por mucho que juegue a ladrones, no acabará creyendo que robar está bien. Yo veía la diferencia con total claridad cuando era un niño. ¡Ojalá pudiera verlo ahora la mitad de claro!

El infinito valor de lo sencillo


El n° 999 del extenso catálogo de los libros que no he escrito (todos ellos mucho más brillantes y convincentes que los que he escrito) es la historia de un hombre con éxito que parecía tener un oscuro secreto en su vida y que finalmente fue descubierto por los detectives jugando con muñecas, soldaditos de plomo, o algún penoso juego infantil. Puedo decir con toda modestia que yo soy ese hombre, en todo, excepto en la solidez de su reputación y en su brillante carrera comercial. En este último sentido quiza fuera aún más aplicable a mi padre que a mí. Yo, desde luego, no he dejado nunca de jugar y ¡ojalá tuvieramos más tiempo para jugar! Ojalá no tuvieramos que malgastar, en frivolidades como conferencias y literatura, el tiempo que podríamos haber dedicado al trabajo serio, sólido y constructivo como recortar figuras de cartón y pegar encima lentejuelas.